jueves, 4 de julio de 2013

Hombre sin rostro / Faceless man



Granada, 3 de julio de 2013.
Granada, 3 July 2013.

¿Quién conoce las facciones del hombre sin rostro?
¿Qué expresión hay oculta detrás de la paloma blanca?

No sabemos si el hombre sin rostro está contento o triste, enfadado o dolido. Relajado o nervioso. Quizá sonríe con orgullo, sus mejores galas para el retrato. Quizá estaba con la mente en otra parte. Quizá está asustado por el aleteo repentino a un palmo de su cara.
Acaso piensa en sus problemas.
Acaso esté melancólico y hasta incluso un poco cansado. Al fin y al cabo, son años y años los que lleva ahí el hombre sin rostro, más de los que tú y yo tenemos, quizá incluso más que los de la eterna señora del carrito, un poco más arriba, la que vende a precio de oro flores y canastillas de moras y frambuesas.
-¡Mamá, cómprame moras!
-Déjalo, ya las vemos en otra parte. ¿No te acuerdas que estas, la primera capa bien y luego debajo están todas aplastadas?

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El hombre sin rostro tiene ganas de moras aunque no las ha visto siquiera; por no ver, no ha visto ni el escaparate de la librería de lance que tiene justo al lado. Dichosa paloma. Pero sí, se siente un poco abatido y cansado. Durante todos estos años ha oído y sentido sin cesar las voces y vidas de tantas personas, y le ha llegado el rumor de cada estación, y aunque él sigue ahí con su traje y su bombín, sabe bien que ante sus ojos velados se han deslizado en el tobogán del tiempo, vertiginosamente, una época tras otra.
El hombre sin rostro sabe que todas las personas que recuerda han muerto.
Que nunca habrá una oportunidad de ver las imágenes que ya pasaron a estar en blanco y negro.
¿Adónde iría el hombre sin rostro si pudiese?
Él que en realidad, pobre ingenuo, salía hace siglos tan contento de la sombrerería, con su bombín bien encajado en la cabeza, cuando el dueño le retuvo.
-¿Sí? 
-Disculpe usted, ¿le importaría posar para ser reclamo de mi establecimiento?
-¿Cómo dice?
-Le queda a usted de maravilla ese bombín. Es usted el cliente más elegante de mi tienda. Ningún caballero podrá ir como usted con su sombrero nuevo, pero cuando le vean, todos soñarán con alcanzar su estilo, su savoir faire.
Nuestro hombre, que por entonces todavía tenía una cara, aceptó halagado. No tenía mucha malicia; no la suficiente para reconocer el brillo taimado en los ojos del sombrerero. 
¡Quién le hubiera dicho a él que el muy zorro iba a convertirle en su esclavo, a retenerle allí para siempre con una falsa paloma blanca de la paz!
Él que se compró el sombrero para...eso sí lo recuerda aún...para salir de paseo con su linda novia. 
¿Ella cómo se llamaba? A duras penas recuerda su voz...aquel timbre preocupado cuando intentó seguirle la pista en la sombrerería...por supuesto, su captor la despistó magistralmente. ¡Y qué cerca la tuvo! Su perfume también lo recuerda, aquel olor a lavanda. Pero claro, es que él ya no tenía cara.
De todas formas, ya nada importa. También ella debió de morir hace mucho, y antes de eso debió envejecer y ponerse bien débil y triste y fea, y antes de eso, a buen seguro, hasta se olvidaría de él o maldeciría su recuerdo, y se casaría con otro. ¡Si incluso el sombrerero ha muerto! Los que ahora llevan la tienda no tienen nada que ver con él; en realidad, ya ni siquiera se venden sombreros en ese local.
Pobre hombre sin rostro. Es un tipo bien simpático, y a pesar de todo sigue teniendo un corazón limpio e inocente.


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